La eclosión del concepto de inteligencia emocional (IE) es una nueva forma de reconceptualizar este debate y estudiar la relación entre emoción y razón, así como los efectos de estas sobre la calidad de vida y desarrollo de las personas en los diferentes contextos (Brackett et al., 2004; Mayer et al., 2008). Si bien su aparición se remota a la década del noventa, de la mano del trabajo de los psicólogos John D. Mayer y Peter Salovey, las concepciones sobre una inteligencia más amplia pueden rastrearse hasta 1920 con la publicación de Thorndike: “la inteligencia y sus usos”. En este artículo, el autor amplía la visión de inteligencia propuesta hasta el momento (la cual era concebida como un factor general) al incluir una dimensión social a su definición.
Atados a la visión expresada por Gardner (1983) sirvió como marco para el desarrollo de la propuesta de Mayer y Salovey quienes fueron la base del desarrollo de la teoría de Daniel Goleman. Inicialmente, estos autores definieron la inteligencia emocional como “la capacidad para realizar un razonamiento preciso de las emociones propias y del otro, así como utilizar las emociones y el entendimiento emocional para mejorar el pensamiento” (Mayer et al., 2008, p. 511). Esta definición ha sido restructurada para abarcar la habilidad del sujeto para reconocer patrones emocionales, razonar y resolver problemas con base a ellos. Esta habilidad involucra así, elementos como la percepción emocional, el uso de las emociones como asistente del pensamiento, el entendimiento y análisis emocional y el manejo y regulación de las emociones (Mayer et al., 2011, Trujillo y Rivas, 2005).
Definición:
“La habilidad para percibir, valorar y expresar emociones con exactitud, la habilidad para acceder y/o generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad para comprender emociones y el conocimiento emocional y la habilidad para regular las emociones promoviendo un crecimiento emocional e intelectual”
La percepción emocional es la habilidad para identificar y reconocer tanto los propios sentimientos como los de aquellos que te rodean. Implica prestar atención y descodificar con precisión las señales emocionales de la expresión facial, movimientos corporales y tono de voz. Esta habilidad se refiere al grado en el que los individuos pueden identificar convenientemente sus propias emociones, así como los estados y sensaciones fisiológicas y cognitivas que éstas conllevan. Por último, esta habilidad implicaría la facultad para discriminar acertadamente la honestidad y sinceridad de las emociones expresadas por los demás.
Hace referencia a la certeza con la que los individuos pueden identificar las emociones y el contenido emocional en ellos mismos y en otras personas. Incluiría el registro, la atención y la identificación de los mensajes emocionales, su manifestación a través de las expresiones faciales, el tono de la voz, etc. Así los sujetos más emocionalmente inteligentes deben tener una adecuada capacidad para percibir, comprender y empatizar con las emociones de los demás de una manera concisa (precisión en la expresión de emociones).
La exactitud con que perciben no sólo sus propias emociones y la de los demás (identificación de la emoción en otras personas), es debida al conocimiento que tienen de sus propios estados afectivos.
(a) Identificación de las emociones en los estados subjetivos propios;
(b) Identificación de las emociones en otras personas;
(c) Precisión en la expresión de emociones
(d) Discriminación entre sentimientos y entre las expresiones sinceras y no sinceras de los mismos.
Este nivel hace referencia a la habilidad para etiquetar las emociones con palabras y reconocer las relaciones entre los distintos elementos de nuestro léxico afectivo. Las personas emocionalmente inteligentes saben reconocer aquellos términos empleados para describir emociones que pertenecen a una familia definida y aquellos grupos de términos que designan un conjunto confuso de emociones.
En esencia esta dimensión hace referencia al conocimiento del sistema emocional, es decir, cómo se procesa a nivel cognitivo la emoción, y cómo afecta el empleo de la información emocional a los procesos de compresión y el razonamiento. Comprende el etiquetado correcto de las emociones, la comprensión del significado emocional no sólo en emociones sencillas sino también en otras más complejas, así como la evolución de unos estados emocionales a otros.
Esta rama está compuesta por las siguientes subhabilidades:
(a) Comprensión de cómo se relacionan diferentes emociones;
(b) Comprensión de las causas y las consecuencias de varias emociones;
(c) Interpretación de sentimientos complejos, tales como combinación de estados mezclados y estados contradictorios;
(d) Comprensión de las transiciones entre emociones.
Hace referencia a la capacidad para estar abierto tanto a los estados emocionales positivos como a los negativos, reflexionar sobre los mismos para determinar si la información que los acompaña es útil sin reprimirla ni exagerarla, así como la regulación emocional de nuestras propias emociones y las de otros.
Abarca pues el manejo de nuestro mundo intrapersonal y también el interpersonal, esto es, la capacidad para regular las emociones de los demás, poniendo en práctica diversas estrategias de regulación emocional que modifican tanto nuestros sentimientos como los de los demás. Esta habilidad alcanzaría los procesos emocionales de mayor complejidad, es decir, la regulación consciente de las emociones para lograr un crecimiento emocional e intelectual.
Esta cuarta y última rama incluiría las siguientes subhabilidades:
(a) Apertura a sentimientos tanto placenteros como desagradables;
(b) Conducción y expresión de emociones;
(c) Implicación o desvinculación de los estados emocionales;